Las noticias servidas sobre la intervención policial en las clínicas abortistas de Barcelona, han conmovido a una parte considerable de la opinión pública. Ciertamente, lo de la trituradora conectada a los desagües, la falsificación de las ecografías para encubrir los abortos de siete y ocho meses de gestación, etc., era ya demasiado sangrante como para pasarlo por alto...
"Angelitos" para el Cielo. Las noticias servidas sobre la intervención policial en las clínicas abortistas de Barcelona, han conmovido a una parte considerable de la opinión pública. Ciertamente, lo de la trituradora conectada a los desagües, la falsificación de las ecografías para encubrir los abortos de siete y ocho meses de gestación, etc., era ya demasiado sangrante como para pasarlo por alto. Sin embargo, en esta sociedad del impacto mediático, existe el riesgo de que el debate sobre el aborto se circunscriba al tamaño del feto o a las mafias clandestinas de esta "industria". Parece como si la bondad o maldad del aborto, fuese a depender del acatamiento de unos determinados límites. A la hora de responder a la pregunta sobre qué es el hombre, forzosamente tenemos que tomar una opción en nuestra respuesta: o bien lo consideramos un ser meramente material, un simple animal -eso sí, más evolucionado que los demás-, o, por el contrario, descubrimos en él un principio espiritual que lo hace esencialmente distinto de cualquier especie animal. No cabe duda de que los defensores del aborto se encontrarán en el primer grupo. Lógicamente, afirmarán que "eso" no es más que un trozo de carne, no una persona. Llevando el problema del aborto hasta sus últimas consecuencias, se nos plantea la cuestión de la espiritualidad o materialidad del hombre. ¿Existe el alma humana? En el hombre hay acciones que no se explican meramente por las leyes biológicas. La razón de ser de estas acciones ha de estar en la existencia de un principio espiritual en el hombre. El motivo es bastante lógico: la materia no puede producir por sí misma operaciones espirituales. Nos limitaremos a indicar tres realidades de la vida del hombre que evidencian, de alguna manera, la existencia del alma: * El arte: Imaginemos que entramos en una cueva y dudamos de si en ella habitó el hombre prehistórico. Sin embargo, al comprobar las pinturas de bisontes u otros animales que hay en las paredes, se nos disipan definitivamente las dudas: podemos afirmar con certeza que en esta cueva ha habitado el hombre. ¿Por qué? Porque el arte es un fenómeno espiritual, que un animal no puede ni realizar ni disfrutar. El animal no hace nada más allá de lo que sea útil para su vida. Jamás llegará al disfrute desinteresado de la belleza de un cuadro, a la contemplación de algo que no se traduzca en una utilidad inmediata. * La libertad humana: Se trata de la capacidad de autodeterminarse que tiene el hombre, por encima de las leyes genéticas que condicionan totalmente la actuación de un animal. Los genes nos pueden condicionar, pero no pueden determinarnos totalmente. Mientras que los animales son copias de sus padres, nosotros no lo somos. El hombre es algo inédito e irrepetible, capaz de optar y elegir, creando así su propia historia. El animal, por el contrario, determinado genéticamente, no se distancia de las cosas materiales ni puede elegirlas. Su existencia no es "historia", sino vida vegetativa. * La religión: Que los animales carecen de sentido religioso, es un hecho incuestionable. Y esto es así porque el fenómeno de la religión es algo radicalmente espiritual. Supone en el hombre una tendencia al infinito que sólo surge tras la constatación de que las cosas de este mundo no le satisfacen plenamente. Esta tendencia es un hecho espiritual que nunca se encontrará en los animales, dado que ellos quedan saturados por la satisfacción de sus instintos. El hombre es el único animal religioso. Precisamente porque tiene un alma espiritual. El hecho de que existan ateos no pone en cuestión lo afirmado anteriormente. En efecto, siguiendo el hilo de lo expuesto, para demostrar la existencia del alma, basta comprobar la capacidad que tiene el hombre de ser religioso, pero no hace falta que lo sea de hecho. De la misma forma que hay hombres que ni pintan, ni disfrutan de la contemplación de un cuadro, pero, sin embargo, tienen esa capacidad y podrían llegar a hacerlo si se les educase en ello. Podríamos continuar citando ejemplos pero, en definitiva, la negación de la existencia del alma conlleva la dificultad de fundamentar la dignidad de la persona humana. ¿Por qué tiene el ser humano una dignidad que no tiene el animal? ¿Por qué no nos parece mal que en una granja se haga sufrir a un buey tirando de un carro y, sin embargo, sí nos parece mal que se utilice o se explote a una persona? Fruto de la confusión que se crea al negar la espiritualidad del hombre, son toda una serie de actitudes absolutamente contradictorias: se trata al hombre como a un animal (como ocurre con el fenómeno abortista), mientras que a los animales se les trata como a seres humanos (peluquerías caninas, hoteles para mascotas, cementerios y crematorios para animales, etc.). Una inversión de valores, que tiene su raíz en la negación del alma inmortal humana. ¿No nos parece significativo que la intervención policial de Barcelona haya tenido lugar tras una denuncia de una asociación católica, de nombre E-cristians? En octubre de 2006, la televisión pública danesa (DR) hacía un reportaje de investigación, con cámara oculta, mostrando a los ojos del mundo esta carnicería. No era la primera vez. Anteriormente, en 2004, el periódico británico Daily Telegraph ya había sacado a la luz el escándalo. Pero, sin embargo, nadie se movió en ninguno de los dos casos: ni la fiscalía, ni la clase médica, ni los responsables políticos de la sanidad… ¡NADIE! Ha tenido que ser una asociación religiosa (e-cristians) la que "ha puesto el cascabel al gato". ¿Será quizás que los hechos terminan demostrando que sólo quienes confiesan la "espiritualidad" del ser humano, tienen razones suficientes para defender su dignidad? ¿O será, tal vez, que la valentía brota de la fe?: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma" (Mt 10, 28).
+ José Ignacio Munilla