martes, 9 de octubre de 2007

Contempar la belleza. Arrebol en la amanecida.

Arrebol en la amanecida

A veces nos empeñamos en no ver y disfrutar la belleza de la serenidad, a pesar de que la tenemos a nuestro alcance y que no cuesta más que ese esfuerzo de voluntad que hace abrir los ojos a la realidad. Se dedica gran cantidad de tiempo a vivir en la oscuridad, en la del rencor o en esa otra que es consecuencia de abandonar el sentido de la libertad personal. ¡Cuánta oscuridad rodea el alma de quien se siente dolido por algo o alguien!. ¡Cuánta falta de claridad domina la mente de quien ha entregado su capacidad de razonar a alguna ventaja material!. Esas personas se pierden para la gran misión de defender el amor a la vida en paz.

Si se dedica algo de tiempo - no es necesario más que un poco - a contemplar la amanecida en estos días preciosos del Otoño sureño, se puede ver cómo la luz del sol naciente se va abriendo camino por el Este. Es un astro poderoso, lleno de vigor, pero, sin embargo, se muestra tímido en su aparición. Llega con majestad, con la majestuosa serenidad de la verdad de su potencia que regala a cada cual, en la forma y medida que la necesite y la quiera recibir. En el amanecer de estos días se extrema el cuidado que el sol pone al presentarse; lo hace casi de puntillas y el aire se abre con suavidad, cariñosamente, a su paso.

Muy poco después el cielo abandona la oscuridad; se desprende de ella como si fuera un inmenso ropón que, al caer, deja ver unas pequeñas y alargadas nubes que, muy poco a poco, se muestran ruborosas en su despertar a la luz, a la claridad, a la contemplación de las miradas que en ellas quieren adivinar la suerte de lo que más tarde habrá de aparecer. El sol, cada vez más atrevido, las acaricia más intensamente con su luz y el tímido rubor de las leves y gráciles nubes se torna arrebol en la amanecida.

Es esa la hora en la que todo se hace amable; en la que el alma se llena de paz por tanta serenidad y sencillez en la manifestación de la grandiosidad de un hecho que hace posible nuestras vidas. Es una hora tranquila, la de la amanecida, para que la mente reciba la luz serena de la verdad y para que el rubor, por tanto error cometido, vaya dando paso al deseo firme y sincero de que no sea pasajero ese sentir nuevo, sino que se vaya afinando y cuajando tal y como se muestra, a la vista quien quiera verlo, el arrebol en la amanecida.

En este tiempo en el que tantas contrariedades se van sumando, hasta llegar a oscurecer la capacidad de bien pensar, porque se hace muy difícil vivir la serenidad de la paz de los seres humanos libres, se hace muy necesario que toda persona busque, con afán, la caricia que sólo es capaz de proporcionar el amor que hay en la verdad; esa verdad que en la amanecida del alma a la luz se muestra con el arrebol de la misericordia.

Manuel de la Hera Pacheco.- 8.Octubre.2007