jueves, 4 de octubre de 2007

Marx fracasó en la economía, pero ha triunfado en algunas parroquias



Luis Garza Medina

Equipo Gama en Aragón Liberal




Cuando estudié filosofía, como parte del currículo para la ordenación sacerdotal, tuve la gracia de contar como profesor al P. Wetter, un sacerdote jesuita de la Universidad Gregoriana de Roma, experto en filosofía marxista. Estábamos al final de la década de los setentas y el mundo marxista estaba en ebullición y su extensión en el mundo parecía imparable. Siempre me admiró mucho que algo tan esencialmente contrario a la naturaleza humana, tanto en su concepción como en sus realizaciones -por más que algunos teóricos románticos del marxismo hubiesen hablado de un marxismo de rostro humano y lo hubiesen querido pintar color de rosa - pudiera extender su influencia geopolítica de ese modo y seducir a grupos enormes de intelectuales, por lo demás, bastante inteligentes y con una vasta cultura. Por eso, decidí tomar el curso opcional sobre Marxismo con el P. Wetter.

Recuerdo con mucho gusto la calidad de sus clases y lo vasto de su conocimiento del marxismo. Tuve que leer “El Capital” de Marx y recibí esa lectura –requerida para el curso- casi como penitencia cuaresmal. Me parecía un texto farragoso, erróneo en su entraña más íntima y en sus conclusiones. El fruto de la lectura fue que todavía me admiré más del atractivo del marxismo.

Cuando Juan Pablo II fue elegido Papa, por gracia de Dios, se selló la suerte del marxismo real. Unos años después, el comunismo, ese gigante con pies de arcilla (Cfr. Dn 2, 34), se derrumbó por su propio peso, aunque bien sabemos que Juan Pablo II ayudó a dar el empujón final. El marxismo real se mostró un fracaso completo, tanto en política como en economía. Sin embargo, seguían vivas las semillas que el aparato de propaganda marxista había sembrado en todo el mundo.

Estas semillas verdaderamente venenosas para la sociedad y la Iglesia han permanecido en algunas estructuras de formación eclesial con un influjo que parece no querer morir. Las manifestaciones de esas semillas y lo que producen son:

a) La dialéctica marxista y la explotación que hace de las pasiones de los hombres sigue siendo en muchos lugares el principio de comprensión de la realidad. Por lo mismo, el pobre debe contraponerse con violencia, pues está en su derecho, al rico; el indio al blanco; la mujer al hombre; etc.

b) En el fondo, la vida eterna está más allá de nuestra comprensión y por lo mismo no debemos dedicarle tiempo ni energías, por otro lado necesarias para la vida diaria. Es por esto que para el hombre lo único que interesa verdaderamente son las realidades intramundanas y no debemos preocuparnos por su salud espiritual, sino por su bienestar. La Iglesia hace el bien si cuida de los hombres aquí en la tierra y se preocupa por crear estructuras justas y destruye las estructuras de pecado; ya no hay lugar para sacramentos y la catequesis debe ser más bien un programa de concienciación social, etc.

c) La Iglesia no puede ser jerárquica (en lenguaje marxista, sería una superestructura), pues eso no responde a la sencillez del Evangelio, ni sigue el modelo de la primera comunidad cristiana en la que todos tenían todo en común, ni puede ser la Voluntad del Señor. Por tanto, “Roma” y el “Papado” deben entenderse como principios de coordinación, no como el principio de la disciplina, la unidad eclesial y la seguridad de la fe. El mismo sacerdocio surge del pueblo, que debe elegir a sus ministros, etc.

Estos aspectos que he presentado de una manera muy superficial son la columna vertebral de esa mal entendida teología de la liberación que tan de moda estuvo en nuestros pueblo. Ahora ya se habla menos de la lucha de clases sociales, pero se ha sustituido por otras contraposiciones dialécticas como la lucha de la mujer contra el hombre por el poder en la Iglesia. El resultado ha sido que entre muchos sacerdotes de América Latina haya un cierto resentimiento, lejanía e incomprensión hacia cualquier actividad que genere riqueza. No es algo objetivado, ni siquiera en muchos casos querido, pero es algo que está presente en modo innegable como un sustrato. También ha habido mucha atención, casi total, a cuestiones sociales y el olvido de cualquier actividad espiritual. Por lo mismo, se concibe a la Iglesia como la que acompaña a los pobres, no en su camino al cielo, sino en su camino a la reivindicación de sus derechos sociales.

No estoy para nada en contra de un trabajo social, al contrario. Sólo que la Iglesia Católica no es una ONG ni agota su ser en el trabajo social. Dice Benedicto XVI en la Encíclica Deus Caritas Est: “Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia”.

La promoción humana se debe asimilar dentro de la misión espiritual y trascendente de la Iglesia. Y la Iglesia, aunque tiene un particular cuidado por los pobres y necesitados de bienes materiales, tiene conciencia de que es el Cuerpo de Cristo y continuadora de la redención que corresponde a pobres y a ricos, pues todos sufren de manera desgarradora la miseria moral del pecado. A los pobres se les ayuda y promueve no con un fin político o de poder, sino porque en ellos vive Cristo.

Nada hay más contrario al Evangelio que dividir, contraponer, usar la violencia destruyendo la caridad. Creo, y eso he experimentado, que se hace mucho más por los necesitados por la vía de la educación, la formación, la promoción humana y la caridad cristiana que por la vía de la confrontación y lucha y he visto que se pueden tender puentes fecundos entre ricos y pobres donde todos ganan. He visto también que a los que Dios concedió bienes materiales se les puede sensibilizar y ayudarlos no sólo a desprenderse, sino a entender que los pobres son sus hermanos y a buscar construir estructuras más justas y humanas. El camino del desarrollo y la vida en paz de nuestros pueblos pasa por la conversión de los corazones de todos los hombres.

Sería pues de desear que estas semillas de marxismo que todavía quedan en algunos sectores de la Iglesia terminaran de erradicarse para que pudiera haber una comprensión mutua pacífica y serena de parte del clero hacia el mundo del trabajo y de parte de los fieles hacia sus pastores. He visto con mucha tristeza cómo enteros sectores de la población de nuestros países, especialmente empresarios, ejecutivos y profesionistas, se han alejado de la Iglesia porque perciben un sedimento marxista en sus pastores. Por lo mismo, se sienten rechazados, incomprendidos y han escuchado que todo lo que ellos hacen es esencialmente pecaminoso. Con más tristeza he visto también que a pesar de que los que han sufrido el envenenamiento de estas semillas han podido actuar así con buena intención, buscando defender a los pobres y débiles, lo que han conseguido es perder grandes grupos de las clases marginadas, pues no han encontrado en ellos pastores que les hablen de Jesucristo, sino agitadores políticos o directivos de una asociación de ayuda social.

Es sintomático lo que las estadísticas revelan: en aquellos lugares y diócesis donde una mayor presencia del marxismo ha habido entre los pastores y agentes de pastoral, es donde más fieles han abandonado el catolicismo para refugiarse en algunas comunidades evangélicas e incluso en algunas sectas que terminan usando a las personas para fines de lucro y de poder. Me parece escuchar la advertencia de Cristo: “Si la sal se desvirtúa…” (Mt 5, 13)