domingo, 3 de junio de 2007

LA DESGRACIA DE SER CIEGO

LA DESGRACIA DE SER CIEGO


¡Dale dinero! Mujer,

que no hay en el mundo nada,

como la desgracia de ser

ciego en Granada


Efectivamente, es una enorme desgracia la de ser ciego, no sólo en Granada, sino en cualquier parte. Vivir en un mundo de tinieblas constantemente, sin ver los colores, el cielo, las nubes, los montes, la cara de la persona amada... ¡Qué pena! Hay quien dice que los ciegos se acostumbran a no ver; pero no creo yo en esa costumbre, pienso que es como la del que creyó que iba a acostumbrar a su burro a no comer.


Siento aun más pena, cuando me doy cuenta que un amigo mío no quiere ver, como cuando alguien no quiere escucharte. Es porque está convencido de que no le interesa lo que pueda ver, o porque en el fondo, tiene miedo a descubrir algo que teme que no le guste ¿Cómo puedes convencerle de la maravilla que se pierde? No es solamente que no está disfrutando de la visión que se está perdiendo, es como si todo no le importase lo más mínimo.


Entre los cuentos de Perault estaba el de "Riquet el del Copete". Éste era el "feo y listo" y se enamora de una chica "guapa y tonta", con la circunstancia de que el feo tiene la capacidad para hacer lista a la tonta y la guapa, así mismo, puede hacer guapo al listo. Entonces, los dos, guapos y listos se casan, y colorín colorado este cuento se ha acabado..


En la vida ordinaria ¿quién tiene capacidad para hacer que uno que no quiere ver se convenza de que poder ver es algo que le interesa?


En la Empresa que yo trabajaba, vi en una ocasión a uno que al cobrar firmaba mojando el dedo pulgar en el tampón y dejando su huella sobre la nómina. Lo tomé aparte y yo que era joven, traté de convencerle de lo importante que era saber leer; pero él me contestó: Mire usted: "pa joder y pa comer, no hace falta saber leer". Yo me quedé de piedra, sin saber qué decirle; me dejó sin argumentos.


Si una persona ciega no quiere ver o si un sordo no quiere oír, es como el analfabeto que no quiere aprender a leer, porque cree que no lo necesita. ¿Cómo se les puede hacer entender que lo que yo opino, es lo que a él le interesa? Si alguien va camino de un precipicio ¿puede uno detenerlo, si es que está él empeñado en suicidarse? Ese caso puede ser delito, el permitir que se tire, y también comete delito el que se tira; pero después de muerto, ¿qué le importa a él si es delito o no?


Solamente hay uno que puede mover la voluntad del ciego para que no pierda la oportunidad de desear ver. Lo describe San Marcos (10, 46-52). Bartimeo era un mendigo ciego que estaba sentado al lado del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba Jesús se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí". -¿Qué quieres que te haga? -Señor, ¡que vea! Al instante recobró la vista y le seguía por el camino.


Si tu hijo, tu hermano, o tu amigo, ves que ha perdido la fe, o ese otro que conoces, que no la ha tenido nunca, ¿qué puedes hacer para que vean? ¿Para que se den cuenta de la maravilla que es tener conciencia de que Dios te ama? Si una persona ve, no tienes que decirle que es de día o de noche, porque ya lo ve; ahora bien, hasta que no ve no lo sabe. Lo más importante es hacer y decir lo que Bartimeo: ¡Señor, que vea! Si eso lo repites como Bartimeo, una y otra vez y mil veces, seguro que Dios preguntará: ¿Qué quieres que haga? Y entonces se hará la luz, y verá, y entenderá.


Miguel Vargas Muñoz