He conocido un Informe documentado, de presiones de Naciones Unidas y otros organismos internacionales, sobre Hispanoamérica para extender por allí el aborto legal. ¿ Tanto les molestan los niños, pues es tanto interés por echarlos de la mesa de los vivos? ¿No hay bastante con la muerte de millares de africanitos con la barriguita hinchada a fuerza de no comer, mientras ellos, defensores de la muerte, viven en la opulencia? Para los latinoamericanos, ni teta.
Una encuesta del Instituto Gallup ( 2005) cifra en más del 86, 6% de la población de Colombia contraria al aborto y, sin embargo, desde 1975 se han llevado al Congreso cinco proyectos para legalizar esa barbarie, promovidos por Naciones Unidas en coordinación con el Centro de Derechos Reproductivos de Nueva Cork, financiado por las fundaciones Rockefeller, McArthur, Packard, Ford, Merck, etc. Y encima hablan de Derechos Humanos para oponerse a lo más humano cual es la protección del no nacido.
¿ Y en Brasil? Con un 97% de la población contraria al aborto, no obstante Lula da Silva se ha comprometido a
abolir cualquier restricción legal para la matanza de bebitos dentro de sus madres. Por razones electorales, está pendiente todavía.
Al Congreso de Obstetricia y Ginecología de Perú ha llegado Mónica Roa, la abogada de la muerte que logró despenalizar el aborto en Colombia; quiere presentar el modelo colombiano esa mujer embustera que disimuló al principio su identidad en Nueva York cuando fue a buscar fondos para su proyecto abortista. Lo mismo piensa hacer en Argentina y Nicaragua esta mujer que trabaja con Rebecca Gomperts, la holandesa que creó el Barco de la Muerte para países de Europa en donde el aborto procurado esté prohibido.
Los países ricos ofrecen dinero a los pobres para que maten a los hijos de su tierra, y es condición sine qua non hay ayudas del Fondo Internacional de Naciones Unidas. Los gobiernos han de someter al pueblo a sus planes de "salud reproductiva" y "derechos sexuales", al estilo totalitario, sin que importe su opinión y con envoltura lingüística que esconda la más asquerosa corrupción. Buscan arrancar a la madre al hijo de sus entrañas y le llaman a eso derechos de la Mujer, como si tener hijos nos denigrara a las madres. No me siento discriminada por ser madre, sino con mis meta de mujer, lograda.
En Méjico es el diputado del PRI Armando Tonatiuh González, el que busca un referendum para promover allí el aborto.
En Chile han batallado por la píldora del día después, abortiva.
No sé qué gusano corruptor capaz de congelar las entrañas del amor y de la compasión, se ha insinuado en las conciencias de unos pocos, como antes lo hiciera en el corazón de Hitler y de sus seguidores. ¿Será para mejor manejar a los pobres, los ricos? ¿Será para contar con amplia materia prima para experimentos de laboratorios? ¿Pero no hemos caído en la cuenta de lo que el aborto es y significa? Es la negación de la vida de quien la empieza; es abocar a los pueblos a la vejez y a la ruina social y económica; es el maltrato más cobarde y vil que pensarse pueda; es la mayor salvajada, friamente calculada. El aborto es la conversión del hombre civilizado en fiera ( los salvajes se cuidan más), el exponente de la degradación moral a que es capaz de llegar el ser humano egoísta o ciego por ideologías devastadoras de la humanidad. Con fe religiosa o sin ella, un hombre recto jamás defendería el aborto. ¿ Y
cómo nos atrevemos a juzgar a los nazis si nosotros no somos mejores que ellos? Salvajes hipócritas, asesinos de niños en las entrañas de sus madres, y cínicos; eso es lo que somos en Occidente. Hemos perdido nuestra capacidad de impresionarnos, nos hemos hecho cobardes y asesinos, repugnantes bichos raros con inteligencia de hombres pero sin corazón. Cuanto más
hablamos de ética, siendo como somos miserable asesinos, más repugnantes nos hacemos por la hipocresía. Para vomitar.
He llorado por esos niños, niños desgraciados que me rompen el alma. ¿ Y Dios? Seguro que sus lágrimas no se secan. Y no lo olvidemos: es justo y no reparte bombones a hombres malvados y desagradecidos, que, más que hijos suyos, parecen hijos del diablo.
J.R.G.
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