Eutanasia, contracultura.
Hace escasos días fue noticia Madeleine por su suicidio como espectáculo en su casa de Alicante. La justicia lo investiga, pues ocurrió sin socorro ante el redactor de un Diario y dos personas pro-eutanasia. ¿Soberbia de la señora que no quería tener que ser cuidada? ¿Manipulación de los señores de la muerte, esos que le llaman muerte digna a la eutanasia? Dos países de entre tantos que existen en el mundo, tienen legalizada la eutanasia: Holanda y Bélgica bajo ciertas circunstancias. En Australia, revocaron la ley.
Pues bien, según un informe belga, entre 2004 y 2005, la muerte por eutanasia o "suicidio asistido" representó un 0,3% del total muertes en Bélgica. En Holanda, los ancianos prefieren que se les asista en clínicas de fuera: muchos se han ido y se van a vivir y a morir a Alemania, y ha habido quejas por eliminación de enfermos que no pidieron morir. ¿Por qué será? Muy sencillo: tenemos el instinto de vida, no de muerte, y sólo quienes se hunden en la depresión, la locura o una gravísima desesperación, pueden desearse la muerte. Llamar muerte digna a la eutanasia activa o al suicidio aistido, ¿no es un eufemismo para enmascarar con palabras bellas la fealdad de asesinato consentido por la víctima? Todos deberíamos ser acompañados y sentirnos amados para valorar siempre el tesoro de la propia vida.
Conocemos a personas muy desvalidas pero serenas y alegres: se sienten queridas y ven así el sentido de su vida. El deseo de morir está vinculado, casi siempre, a la calidad de las personas que nos rodean. Si Ramón Sanpedro no hubiera tenido trato con la
Maneiro, estaría ahora sonriendo con el cariño de su cuñada y de su hermano. Era inteligente y podía haberse dedicado a escribir y a llenar de consuelo a muchos, como hace el también tetrapléjico don Luis Moya.
J. R. G.
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