Por: Redactor
En tiempos de "persecución", de "presión para arrinconar a los católicos" y echarlos de la vida pública, de avance de la "cultura de la muerte", de paraisos de palabras bonitas pero donde el hombre es considerado el "depredador del planeta", la voz del Papa es una vez más la voz de confianza en el hombre y en su creador. Esperanza como distintivo de los cristianos y un tesoro a entregar a todos los hombres. frid
SPE SALVI: ENCICLICA DEL PAPA SOBRE LA ESPERANZA CRISTIANA
CIUDAD DEL VATICANO, 30 NOV 2007 (VIS).-Hoy se ha publicado "Spe salvi", la segunda encíclica de Benedicto XVI, que está dedicada a la esperanza cristiana. El texto consta de una introducción y ocho capítulos y se abre con el pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos: SPE SALVI facti sumus (en esperanza fuimos salvados).
Los capítulos llevan como título: "La fe es esperanza"; "El concepto de esperanza basada en la fe en el Nuevo Testamento y en la Iglesia primitiva"; "La vida eterna - ¿qué es?"; "¿Es individualista la esperanza cristiana?"; "La transformación de la fe-esperanza cristiana en el tiempo moderno"; "La verdadera fisonomía de la esperanza cristiana"; "Lugares de aprendizaje y del ejercicio de la esperanza: I) La oración como escuela de la esperanza; II) El actuar y el sufrir como lugares de aprendizaje de la esperanza; III) El Juicio como lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperanza; "María, estrella de la esperanza",
"Según la fe cristiana, -explica el Papa en la introducción- la redención, la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino".
Por lo tanto, "elemento distintivo de los cristianos" es "el hecho de que ellos tienen un futuro, (...) saben (...) que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. (...) El
Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva".
"Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza", explica el Santo Padre. Es algo que entendieron muy bien los Efesios, que antes del encuentro con Dios tenían muchos dioses pero "estaban sin esperanza, (...) sin Dios". El problema para los que vivimos siempre con el concepto cristiano de Dios, subraya el Santo Padre, es el estar acostumbrados al Evangelio: "el tener esperanza, que proviene del encuentro real con (...) Dios, resulta ya casi imperceptible".
El Papa recuerda que Jesús no traía "un mensaje socio-revolucionario" como el de Espartaco y "no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá". Lo que Jesús había traído "era algo totalmente diverso: (...) el encuentro con el Dios vivo, (...) el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello transforma desde dentro la vida y el mundo", "aunque las estructuras externas permanecieran igual".
Cristo nos hace libres verdaderamente: "No somos esclavos del universo" y "de las leyes y de la casualidad de la materia". (...) Somos libres porque "el cielo no está vacío", porque el Señor del universo es Dios, que "en Jesús se ha revelado como Amor".
Cristo es el "verdadero filósofo" que nos dice "quien es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre". "Él indica también el camino más allá de la muerte; sólo quien es capaz de hacer todo esto es un verdadero maestro de vida". Y nos ofrece una esperanza que es al mismo tiempo espera y presencia: porque "el hecho de que este futuro exista cambia el presente".
El Papa observa que "tal vez muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. (...) "La crisis actual de la fe -prosigue- es sobre todo una crisis de la esperanza cristiana". "El restablecimiento del "paraíso" perdido, ya no se espera de la fe" sino de los progresos técnicos y científicos, de los que surgirá "el reino del hombre". La esperanza se transforma de ese modo en "fe en el progreso" asentada sobre dos columnas: la razón y la libertad, que parecen garantizar de por sí, en virtud de su bondad intrínseca, una nueva comunidad humana perfecta".
"Hay dos etapas esenciales de la concreción política de esta esperanza" -prosigue Benedicto XVI-: la Revolución francesa y la marxista. Ante la evolución de la Revolución francesa "la Europa de la Ilustración (...) ha tenido que reflexionar (...) de manera nueva sobre la razón y la libertad". Por otra parte, la revolución proletaria "ha dejado tras de sí una destrucción desoladora". El error fundamental de Marx ha sido éste: "Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. (...) Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo". "Digámoslo ahora de manera muy sencilla -escribe el Papa- el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza". "El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior. (...) El hombre es redimido por el amor". Un amor incondicional, absoluto: "La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo".
El Papa indica cuatro lugares para aprender y ejercitar la esperanza. El primero es la oración: "Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. (...) Si ya no hay nadie que pueda ayudarme (...) Él puede ayudarme".
Después de la oración esta el actuar. "La esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual luchamos (...) para que el mundo llegue a ser un poco más luminoso y humano . Y solamente si sé que "mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiados por el poder indestructible del amor", "puedo esperar ".
También el sufrimiento es un lugar de aprendizaje de la esperanza. "Conviene ciertamente hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento", sin embargo "lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento (...) sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito. (...) Es también fundamental, saber sufrir con los demás y por los demás. "Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren (...) es una sociedad cruel e inhumana".
Finalmente, otro lugar para aprender la esperanza es el Juicio de Dios. (...) Existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. Existe la "revocación" del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho". El Papa se muestra "convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial, o en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna". Es imposible que "la injusticia de la historia sea la última palabra. (...) Pero en su justicia está también la gracia". "La gracia no excluye la justicia... Al final, los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada".
Los cardenales Georges Marie Martin Cottier, O.P., Pro-Teólogo emérito de la Casa Pontificia y Albert Vanhoye, S.I., profesor emérito de Exégesis del Nuevo Testamento del Pontificio Instituto Bíblico, presentaron esta mañana en la Oficina de Prensa de la Santa Sede la Encíclica de Benedicto XVI: "Spe salvi", sobre la esperanza cristiana.
El cardenal Cottier afirmó que "la esperanza cristiana ha sido objeto de una crítica cada vez más dura: sería puro individualismo; abandonando el mundo a su miseria, el cristiano se habría refugiado en una salvación eterna solo privada".
Existe una pregunta, continuó, "que no se puede eludir: ¿cómo puede haber nacido la idea de que, con el cristianismo, la búsqueda de la salvación fuese una búsqueda egoísta que rechaza el servicio de los demás".
Nuevos problemas "tienen una incidencia determinante para la crisis moderna de la fe y de la esperanza cristianas. De este modo, emerge una nueva forma de esperanza que se llama fe en el progreso, orientada hacia un mundo nuevo, el mundo del reino del ser humano".
El purpurado señaló que "la fe en el progreso como tal se ha convertido en la convicción dominante de la modernidad. Existen dos categorías que ocupan el centro de la idea del progreso: la razón y la libertad". Así, subrayó que "la razón es considerada un poder del bien y para el bien; y el progreso se orienta hacia la libertad perfecta, una vez despojado de todas las dependencias. En esta perspectiva, la libertad se presenta como promesa de plenitud de la realización del ser humano".
Tras poner de relieve "la crisis de la esperanza cristiana en la cultura moderna y su sustitución por la fe en el progreso", el cardenal Cottier afirmó que "suena de nuevo con insistencia la pregunta: "¿Qué podemos esperar? Los números 22-23 del documento -dijo- tienen una importancia decisiva en este contexto. Nos dicen el motivo esencial de la encíclica desde el punto de vista tanto pastoral como cultural".
Por su parte, el cardenal Vanhoye afirmó que la encíclica, en su introducción, "muestra la importancia decisiva de la esperanza, que se pondrá de relieve en otras ocasiones. Para poder afrontar el presente con todos sus problemas y sus dificultades, tenemos necesidad de una esperanza realmente válida y sólida".
Refiriéndose al tema de la vida eterna (números 10-12), "el Santo Padre -continuó el purpurado- expresa con vivo realismo la mentalidad actual de muchas personas. La vida eterna es el objeto de la esperanza. Pero a muchas personas, hoy, "la vida eterna no les parece algo deseable. No quieren la vida eterna, sino la presente. (...) Se querría aplazar la muerte lo más posible. Pero vivir siempre, sin un término, sólo sería a fin de cuentas aburrido y al final insoportable".
El cardenal Vanhoye dijo que la segunda parte de la encíclica describe "los lugares de aprendizaje y del ejercicio de la esperanza" y concierne, por tanto, y en modo concreto, a la vida cristiana. Se distinguen tres "lugares": I. La oración como escuela de la esperanza; II. El actuar y el sufrir como lugares de aprendizaje de la esperanza; III. El Juicio como lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperanza".