Como nosotros, Jesús, el Hijo de Dios, comenzó su vida humana en el seno de su Madre. Por eso, este misterio, el de la Encarnación, nos recuerda que desde el momento de la concepción, la vida humana tiene un valor sagrado que todos debemos reconocer, respetar y promover. En este momento histórico, especialmente delicado para todo lo que tiene que ver con la vida del hombre, la conciencia del católico debe iluminar la llamada cultura de la muerte y sustituirla por una cultura que promueva y acoja la vida.
Pero más aún y con independencia de la fe que se profese, el respeto a la vida está en la base de toda convivencia civil. En un discurso a los miembros del Movimiento por la Vida, el Papa Benedicto XVI nos ha recordado, a todos y no sólo a ellos, el imperativo de dar testimonio del respeto al ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural. Los derechos humanos, todos pero especialmente los esenciales y entre ellos está el derecho a la vida, deben ser respetados como expresión de justicia, porque, entre otros muchos beneficios, resulta ser la estrategia más eficaz para eliminar desigualdades entre países y grupos sociales.
Cuando en nuestro entorno observamos con preocupación la deriva de algunas iniciativas políticas encaminadas a la promoción del aborto, resuena aún con más fuerza la verdad en las palabras del Papa cuando echa la mirada atrás y dice que el aborto no sólo no ha resuelto los problemas que afligen a muchas mujeres y a no pocas familias, sino que ha abierto una ulterior herida en nuestras sociedades, ya lamentablemente gravadas por profundos sufrimientos.
El aborto causa unas heridas personales y sociales de las que la propaganda manipuladora no se ocupa; es entonces cuando desde instituciones como la Iglesia Católica, se ha denunciado la situación, reiteran el valor sagrado de la vida, acogen, anuncia la esperanza y se muestran cercanas a las mujeres y a las familias que sufren.
Por todo lo anterior, pienso que ningún hombre, ni el ámbito privado ni público, puede admitir en ningún caso prácticas como el aborto, la eutanasia o la producción, congelación y manipulación de embriones humanos. La vida humana es un valor sagrado que no admite tibieza ni debilidad en su defensa. No puede sostenerse, por ejemplo, estar en contra de la pena de muerte y a favor del aborto, ni que el aborto es inadmisible para un católico pero que esto no obliga al que no lo es, cosa que, desgraciadamente, se dice y hasta se proclama en ambientes católico-liberales y por políticos más preocupados por la captación del votos que por el bien común.
Al contrario, el cristiano, sea o no católico, está continuamente llamado a anunciar el Evangelio de la Vida y a movilizarse, también en la denuncia, sabiendo que ofrece argumentos que tienen raíces profundas en la ley natural y que por consiguiente pueden ser compartidos por todas las personas de recta conciencia, repito, sean o no creyentes.
Ver: Blog de Patricia Lorente: Zaragoza a favor de la vida: Cena benefica Asociación Ainkaren
Ver Juan C. Sanahuja:
USA: LOS DERECHOS DE LA CONCIENCIA (III)
USA: LOS DERECHOS DE LA CONCIENCIA (II)
USA: LOS DERECHOS DE LA CONCIENCIA (I)
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