domingo, 28 de septiembre de 2008

Eutanasia: Licencia para matar



Eutanasia: Licencia para matar

Por Ramón Lucas Lucas, L.C.

ROMA, sábado, 27 septiembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito el profesor Ramón Lucas Lucas, L.C., catedrático de bioética en la Universidad Europea de Roma y miembro fundador del Observatorio de bioética de la Universidad Católica de Colombia, ante el proyecto de ley para la introducción de la eutanasia en Colombia.

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La legalización de la eutanasia que la Primera Comisión del Senado aprobó el 16 de septiembre en el "Proyecto de Ley estatutaria 44 de 2008 Senado" por el cual se reglamentan las prácticas de la Eutanasia y la Asistencia al suicidio en Colombia, el servicio de cuidados paliativos y se dictan otras disposiciones, es un asesinato legal y una contradicción jurídica: busca eliminar "viejos inútiles", enfermos terminales y, en determinados casos, apropiarse de sus bienes. Aunque se enmascare con palabras bonitas: "muerte digna", "muerte dulce", "no sufrir", "respeto de la dignidad", es un verdadero crimen. No hay ninguna duda en el ámbito científico, moral, político ni religioso sobre el hecho de que cuando la medicina no puede proporcionar la curación, lo que tiene que hacer es aliviar el sufrimiento y el dolor de los pacientes, no suprimirlos. El remedio de una enfermedad no es matar al enfermo. Ni siquiera porque él lo pida.

El enfermo no desea la muerte, lo que desea es dejar de sufrir. Por eso se le pueden y se le deben administrar toda clase de paliativos del dolor. Incluso los que pueden indirectamente acelerarle la muerte, pero sin intención de matarle, como son aquellos que su acción primaria es analgésica, y el efecto secundario no querido, es el acelerar la muerte; en cambio, la eliminación voluntaria y directa del enfermo es eutanasia. Lo que sí es lícito, y además un deber ético y social, es evitar el encarnizamiento terapéutico, que se define como el uso de medios desproporcionados y ya inútiles para el enfermo. Es decir se pueden retirar o no dar al enfermo todos esos medios a él ya desproporcionados, inútiles y que prolongan su agonía más que ofrecerle elementos de mejora. Lo que nunca se puede hacer, por respeto a su dignidad de persona, es negarle o privarlo de los medios a él proporcionados según la situación y según el nivel sanitario del país en ese momento.

La eutanasia es un atentado mortal a la dignidad de la persona humana sobre la que se funda el Estado colombiano según lo expresa el pacto constitucional. Es siempre un crimen, también cuando se practica con fines piadosos y a solicitud del paciente. La principal expresión del respeto de la dignidad de la persona, no es sólo el respeto de su autonomía (la decisión hecha por ella) sino el respeto del bien objetivo contenido en dicha decisión, o el evitar el mal objetivo contenido en la decisión. Para que esta decisión sea auténtica y digna de ser respetada por el médico y la sociedad, es necesario que no contradiga el bien primario del enfermo que es la vida. Eliminada la vida se pierden todos los valores. La libertad está intrínsecamente unidad a la verdad, y no hay autentica libertad fuera de la verdad. Disociarlas es poner las premisas de comportamientos arbitrarios e inicuos. Por eso la eutanasia propuesta por el proyecto de ley de la Primera Comisión del Senado es la supresión de un ser humano, la eliminación del primer valor que tenemos: la vida, la violación del fundamental principio constitucional de nuestro país: la dignidad de la persona humana. Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente sea anciano, enfermo incurable o agonizante. Ninguna autoridad puede imponerlo o permitirlo. Se trata de una violación a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad. Los derechos fundamentales no se consensúan, ni se conquistan: se tienen y se defienden. La vida es un don y, si se quiere, el derecho fundamental, que jamás puede estar sujeto a el consenso de una mayoría parlamentaria. Un Estado democrático y social tiene el deber de proteger a los más pobres e indigentes, como son los discapacitados, los ancianos o los enfermos terminales. Cuando el Estado, en vez de proteger a los más débiles, da cobertura legal a su muerte, se transforma automáticamente en un Estado totalitario, los fundamentos de la convivencia se quiebran y surge una sociedad de la muerte, una auténtica "tanatocracia".

También cuando se practica por sentimiento de piedad, la eutanasia es viola la dignidad de la persona humana. Monstruosa aparece la figura de un amor que mata, de una compasión que elimina a quien sufre, de una filantropía que se entiende como liberación de la vida de otro porque se ha convertido en un peso, de una compasión selectiva y eugenésica que no cura, sino que discrimina. El amor verdadero es siempre presencia, cercanía, apoyo; no es supresión, huida.

La legalización de la eutanasia en Holanda ha creado un fuerte problema social porque se ha perdido la confianza en los hospitales y ha motivado que los ancianos no quieren ir al hospital ante el temor de que se les administre una inyección letal. Por eso se ha fundado una organización, la NPV, que tiene cerca de cien mil afiliados que llevan una tarjeta donde dice que el portador no quiere ser ingresado en un hospital.

El "Proyecto de ley estatutaria" del Senado de Colombia ampararía muchas otras barbaridades, no sólo éticas, sino económicas y sociales: por ejemplo, se podría comprar un coche con el dinero del seguro del enfermo al que se ha eutanasiado. Detrás del "para que no sufra" puede puede esconderse el "porque para mí es molesto; me da compasión; me lo quiero quitar de encima". Se daría también el caso de otros enfermos desesperados, porque aunque se ha hecho por ellos todo lo que es razonable hacer, piensan que se les aplica la eutanasia. Además empujaría a las políticas sociales hacia posturas extremas que violentan la conciencia de muchos colombianos. La objeción de conciencia por parte de los médicos puede quedar así borrada de la normativa vigente a la hora de tomar la decisión sobre el final de la vida. El "Proyecto de ley estatutaria" no prevé dicha objeción de conciencia y los médicos se verían penados si no se atienen a los mandatos gubernamentales.

La muerte digna no es matar al enfermo sino ayudarle en ese momento. Los enfermos necesitan verse bien tratados, estimados, acompañados. Nunca he visto un paciente, en situación terminal, que no se agarre a la vida con todas sus ganas. Sus ojos no me han mirado nunca con desdén hacia el trabajo terapéutico y de acompañamiento. El enfermo necesita, además y sobre todo con motivación en su dolor. La aceptación del dolor es una actitud madura frente a una enfermedad que no se puede superar, o a una muerte que viene inexorablemente al encuentro. También quien sufre de este modo puede realizarse a sí mismo y vivir la propia dignidad de persona. Los sacrificios motivados se hacen con gusto. Donde se ama no se sufre y si se sufre se ama el sufrimiento que el amor procura. Por eso la Conferencia Episcopal Española redactó un "modelo de testamento vital" que, entre otras cosas, dice: "El que suscribe pide que no se le practique la eutanasia activa, ni se le prolongue irracionalmente el momento de morir, sino que en caso de muerte desea la compañía de sus seres queridos".

Llamar muerte digna a la eutanasia es como llamar belleza a la fealdad, día a la noche, agua al fuego. Los fautores de esta tergiversación no buscan precisión, sino hacer presentable algo que en sí es inconfesable, es decir, lograr que la sociedad acepte una práctica que definida con precisión sería abiertamente rechazada desde un mínimo sentido ético de la vida. Muchos de los que contemplan con indiferencia las propuestas legislativas sobre la eutanasia quizás crean que se trata de una muerte digna y por eso se apuntan o no se oponen a tal dignidad. Si se acercaran a lo que realmente es, se horrorizarían, porque la eutanasia no consiste en una muerte placentera, sino en la eliminación de una persona, y en muchos casos de un ser querido. La eutanasia requiere de la intervención del médico o de otra persona. Que se haga por piedad o para evitar el sufrimiento no cambia la substancia del acto: truncar una vida. Llamar muerte digna a la eutanasia es un engaño. No puede haber dignidad en la eliminación de una vida humana. Lo digno es la vida, el amor, la acogida, el sostén. La eliminación, el rechazo, el abandono, no es dignidad, sino egoísmo enmascarado.


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